Campesinos con Wifi (9. El Imperio Caracol)

Un pequeño caracol contemplando la vida desde una planta de haba.

Inicio de primavera.

Con decepción miro el resultado de mi  cosecha de invierno. Alguien se comió las cien plantas de arvejas que estaban creciendo en mi huerta, los veinte  brócolis, diez repollos y siete plantas de kale. Por suerte parece que las habas que ya están listas para  cosechar no han sufrido ningún daño.

Los rastros de baba me indican la presencia de caracoles pero solo he visto uno que otro. Mis amiguitos de infancia serían incapaces de semejante glotonería es algo imposible. Sin embargo, decido seguir el  rastro de baba que me lleva al espantapájaro que hice con una sombrilla y una chaqueta impermeable vieja hace unos años. Levantó un poco y veo una imagen repugnante montones de caracoles, babosas y lombrices en una  orgía de baba compacta. 

El espantapájaros ha cumplido su misión pero también  ha servido de “resort” para albergar y  proteger a los caracoles que  ahora viven  a sus anchas y se han multiplicado de una manera incontrolable. Nunca antes había visto tantos caracoles juntos lo cual me produce náuseas. 

En un acto de violencia  generado por la rabia y la frustración de no poder tener las cosechas esperadas sacudo el espantapájaro hasta sacar al último  huésped. Sentada y frustrada en el  muro de piedra que separa el jardín del terreno vecino me doy cuenta que no soy una persona tan compasiva como pensaba. Por suerte tengo opciones, pero en los tiempos del hambre que vivieron mis vecinos  estos caracoles a falta de cosechas  irían a parar a una olla para servirlos en el almuerzo. Ahora entiendo porque se encuentran en el menú de algunos restaurantes  cercanos como “petiscos” (pasabocas portugueses). 

En estas tierras  el invierno no es tan agresivo pero las  fuertes  y constantes lluvias, el viento a veces inclemente  y la poca luz  de ésta época no ayudan a cosechar tanta abundancia como en el verano. A pesar de esto los campos de mis vecinos comienzan a verse espléndidos, llenos de habas, alverjas, repollos y  sobre todo “couves portuguesas”una clase de col alargada de hoja gruesa de color verde oscuro que es lo que más próspera en estas tierras.

En la gastronomía regional se encuentra  en una gran variedad de platos, desde sopas hasta acompañamientos. Nunca antes ví que un vegetal tuviera tanta versatilidad, la razón ahora la comprendo bien porque  es lo único que se  da en el invierno sin tanto problema. 

También me pregunto  si  mis vecinos  usan alguna de esas soluciones “mágicas” que venden por ahí con las que  garantizan eliminar  los caracoles y babosas en un solo paso, o tal vez debo aceptar el hecho de que ellos albergan la historia y sapiencia de generaciones de campesinos y que conocen el oficio y estas tierras mejor yo,  una simple advenediza campesina con Wifi  que tiene que entender que  aprender toma tiempo.  

Resignada recojo las habas que por suerte no se las han comido los caracoles ni las babosas. Tengo suficiente para casi todo el año, un pequeño triunfo que parece desapercibido por la familia pero el cual me  ha tomado cultivar  casi siete meses.

 

De la rabia a la  compasión (mediados de primavera)

Durante los días siguientes me la pasé trasteando caracoles de un lado para otro. Están tan  gordos y grandes que la cáscaras de huevo trituradas  solución que aseguraba acabarlos por completo no les hace  ni cosquillas, al igual que  la ceniza de la chimenea que me había funcionado bien como barrera protectora en otros años de nada  ha  servido en esta lluviosa primavera. 

Al recogerlos con mis manos me percato no solo de su tamaña sino de sus pintas, encuentro babosas de una amplia gama de colores desde el blanco pasando por el gris, el negro y hasta unas que se ven muy simpáticas con sus pintas atigradas. Las conchas de las caracoles tienen también  combinaciones diferentes tanto colores como de patrones. 

Cuando los recojo  siento  como tiemblan entres mis manos y comienzan a babear del susto, siento su vida, siento su  miedo y me cuestiono cómo yo puedo emular a  un “Dios” que decide  su suerte. Los esparzo  por el jardín lejos de mis cultivo y hasta por el campo vecino en el cual este año no han empezado a cultivar nada y ahora parece un terreno baldío lleno de “mala hierba”.

Mis familiares y amigos me aconsejan que domine a la naturaleza con las opciones del mercado pero siento que no lo puedo hacer. Entiendo la inclemencia de la naturaleza así como su lado maravilloso, dos años en el campo me han quitado el romanticismo citadino hacia los temas rurales, puedo verlo claramente y sé que las cosas aquí no son color de rosa ni a mi manera, pero prefiero renunciar a la huerta antes que  tener que echar veneno al jardín que mediocremente cuido por mi incompetencia. 

La plaga y el Covid -19

Es claro que los caracoles no entienden de límites, no entienden de moderación, dentro de poco van a pelar todo el jardín, se volvieron una plaga, lo sé. Las habilidades que adquirí al trabajar con el gobierno de mi país y hasta con  Naciones Unidas para tratar con poblaciones difíciles de nada sirven con los caracoles. No los puedo convencer de que dejen tranquilos los brotes tierno de frijol, que no se coman las plantitas de tomate, ni los pimientos.

Confinada en medio de la cuarentena del Covid 19 me resigno y entiendo que ese es el mismo comportamiento que nosotros tenemos como especie. Si tan solo pudiéramos vernos mejor  y nos diéramos cuenta que podemos dejar nuestro comportamiento de plaga.

Reflexiones y remedios

Vuelvo al jardín con un aire meditativo y reflexivo para entender qué pasó. Me doy cuenta que al dejar el espantapájaro y los  hoteles de insectos inatendidos  durante meses han cambiado su uso creado condiciones favorables para la multiplicación de los caracoles y babosas en tiempo de lluvia. 

Me doy cuenta que debo dejar mi espíritu competitivo citadino que ahora se ha trasladado al jardín y que no vale la pena  estar comparando mis resultados con los de los vecinos y amigos horticultores, debo entender mi afición  como un camino único y diferente. 

Decido observar cuidadosamente  a los caracoles del jardín  para saber qué les gusta y que no, veo como unas plantas son más resistentes y otras no les generan  ningún interés, re-organizó y pienso mejor la distribución de la huerta. Me doy cuenta que la malla que uso para proteger a las plantas de los pájaros es una excelente medida para protegerlas de los caracoles más grandes. 

Los hoteles de insectos y el espantapájaros los cambio por tejas a las cuales les dejó en su interior comida en la tarde para atraer a los caracoles y así retirarlos de la huerta temprano en la mañana siguiente. Vuelvo a sembrar y  de una forma más inteligente le brindó protección a  las plantas  más tiernas.

El jardín y sus maestros me enseñan no solamente a cultivar verduras sino  también a cultivar resistencia ante la frustración y la impaciencia.

 

No existe acción sin daño (mediados de verano)

Un día de verano que no puede atender la huerta por encontrarme enferma mi esposo me contó que encontró una serpiente muerta en una de las redes del jardín, él la tocó varias veces con un palo y la serpiente no se movió. Lo cual me entristeció bastante, a pesar de no querer hacer daño lo  hago. 

Al día siguiente con un mejor estado de salud revisé la red y encontré a la serpiente totalmente enredada. A diferencia  de mi marido pensé que estaba viva y  por eso me puse unos guantes y tomé una tijeras para poderla liberar de la red. Lentamente y con el cuidado de un cirujano fuí cortando la red atascada en todo su cuerpo, nunca antes había estado tan cerca de un animal de su especie. Al realizar el tercer corte escuché una exhalación profunda que se sintió como un alivio y ví  que su lengua bífida se asomaba y emitía  ese siseo particular que lo podía escuchar casi en mi oído.

La serpiente se comenzó a mover más, trato de atacar  por lo cual  preferí parar un momento para respirar profundo y hablarle, mi locura hippie oculta bajo mi aspecto de burócrata suele salir en esos extraños momentos y a lo Harry Potter hablé pársel y parece que ella me entendió porque se quedó quieta y hasta creo que colaboró para que la liberará.  Mientras tanto mi  marido vigilaba para impedir que  no se enredara y no atacará más, por suerte las serpientes en estas latitudes no son venenosas.

Pasados unos minutos  la serpiente quedó libre y  le tomó pocos segundos llegar hasta unos arbustos en su andar serpenteante  alejándose de nosotros y del bancal de la huerta.

Aprender a cultivar la compasión también en la huerta

Lecciones para el futuro.  

  1. No desatender los espantapájaros, hoteles de insectos ni otras estructuras en la huerta para que no cambien su uso, con lo cual puedan crear  un desbalance en el jardín beneficiando a ciertas especies que se pueden convertir en plagas. 
  2. Mantener libre de “malas hierbas”  los sectores de cultivos y aplicar mulch como cobertor de cultivos. 
  3. Usar una red de pájaros durante el tiempo lluvioso para proteger los cultivos tiernos, revisar la red todos  los días para quitar caracoles y otros animalitos que se puedan quedar enredados, cuando el tiempo mejore quitarla para evitar que otras especies  puedan quedar atrapadas.
  4. Dejar cáscaras de naranja, papa y rodajas de pepino  a los caracoles y babosas para disuadirlos de comer los cultivos.
  5. Hacer restaurantes para caracoles con tejas, para lo cual se dejan algunas tejas en la huerta y en su interior se dejan cáscaras de naranja, pellejos de papa o rodajas de pepino. Los caracoles y babosas se sentirán atraídos a este espacio y  en la mañana siguiente se podrán retirar fácilmente  y  trasladar a otras zonas que no afecten los cultivos. (Esta opción la saqué del canal de la Huertina de Tony)
  6. Aceptar que en la huerta todos comen incluido los caracoles y las babosas.
  7. Aprender a cultivar la compasión también en la huerta.

 

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