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Me siento muy feliz por estar en este espacio, el cual te invito a explorar.

Los monstruo mercados

Fuente imagen: freejpg.com.ar

Por: Fernando Galindo

Los llamaron “Los filósofos de la sospecha”, esta denominación se debe a que estos pensadores consideraban que detrás de las instituciones y la economía descansaba una agenda secreta, que todo cuanto veíamos no era sino una marioneta que se contorsiona sobre el escenario; la tarea de los pensadores consistía entonces en seguir el camino de los hilos y llegar hasta las manos del titiritero, descubrir, en suma, la verdad. La sospecha era fundamental, pero para muchos era simple paranoia, hoy, por el contrario, parece inevitable.

Desde luego pareciera mucho más cómodo y agradable dejarse llevar por la corriente de anuncios publicitarios, fluir en medio de los empaques plásticos y las necesidades recién horneadas, pareciera más sencillo confiar en la publicidad y dejarse proteger bajo la tutela de las instituciones. Confiar en las fábricas, confiar en las empresas, no revisar las facturas, quedarse tranquilo con las cuentas impresas. Claro, resulta más simple. Para muchos, sin embargo, hay algo incomodo en esa presunta comodidad. El traje nos pica. El zapato nos talla, así de simple. Hemos tenido la suerte de vivir a caballo entre dos mundos, de contemplar en nuestra memoria dos horizontes que se distancian de manera radical: por un lado tenemos el mundo que se descubre ante nuestros ojos, donde el poder de la publicidad ha estirado sus tentáculos hasta la orilla más íntima de todas; por otro el mundo del pasado, donde esa publicidad y esas necesidades aún no alcanzaban semejante influencia sobre las personas. Cuando el pensador francés Gilles Lipovestky nos habla de las distintas edades de la publicidad da en el clavo: es preciso examinar esto. Ya lo hizo él en La felicidad paradójica. Nosotros examinaremos sólo una cuestión. Estos hipermercados, ultramercados, monstroumercados, (me robo la frase de los Simpsons).

La sospecha ya lleva años rondándome, ahora recuerdo la primera vez que apareció. Estábamos con mamá en la entrada de uno estos monstruomercados tomando algo, afuera llovía y no había ningún afán. Las atiborradas cajas se convirtieron en una obra teatral delante de nuestros ojos. De repente veíamos el desfile de carros llenos de electrodomésticos, de televisores, pitillos, licuadoras, palos de trapero, cajas de plástico, pareciera que cada familia fuera a amueblar su casa por primera vez. Era una detrás de la otra, parejas ya con hijos mayores, personas adultas, eran carros tras carros tras carros de mercado, un convoy interminable de bolsas de plástico y de cajas de cartón. Los dos nos preguntábamos qué había pasado, de dónde sacaban tanto dinero las personas, por qué había necesidad de comprar tantas y tantas cosas a cada instante: algo se había desatado en el mundo y no nos habíamos dado cuenta, quizá también éramos parte de semejante cambio. Finalmente escampó. Pasaron los años y comencé a comprender.

Hay una persuasión particular en la abundancia. Esos hipermercados no sólo son enormes vitrinas, sino que operan de una manera sutil en nuestro entendimiento: nos sentimos pequeños, nos sentimos obligados a comprar más cosas, a llenar nuestro carro, nos sentimos seducidos a pasear por cada corredor y mirar qué aparece, qué provoca a nuestros ojos. Un televisor parece algo nimio delante de doscientos. La abundancia rompe nuestro sentido de la proporción, clave para ver qué necesitamos y qué no.
Hace poco entré a uno de estos monstruomercados. Llevaba años sin entrar a uno de ellos, pero quedé atrapado por un anuncio publicitario de un computador y decidí recorrer media ciudad hasta cruzar sus puertas. A esta nueva generación de monstruomercados pareciera que la hubieran alimentado con esteroides. Hay más cajas registradoras, cada una con un enorme número encima, hay más corredores, el techo es más alto, por doquier hormiguean decenas y decenas de empleados ofreciendo desde tarjetas de crédito hasta galletas para perro. Estaba al interior de una bodega, pero era una bodega que perseguía un propósito particular. Había cajeros, seguros, agencias de viaje, bancos para dar créditos inmediatos, plantas, flotadores, tornillos, parrillas, sillas plegables, una lista interminable de servicios, un inventario infinito de cosas. La promoción se había agotado, decidí ver diferentes opciones y después de mucho sopesarlo escogí un computador. Cuando estaba en la caja comenzó de nuevo la obra teatral que habíamos visto con mamá. Cuando vi la hilera de carros que había delante de mí le pregunté a la familia si eran mayoristas, y no, no lo eran, solo necesitaban bloques gigantes de servilletas y atados gruesísimos de pitillos, trapos y bayetillas de diferentes colores, unas cuatro botellas de tres litros de gaseosa, entre tantas cosas.

Desde luego existe un ahorro en estos mercados, la publicidad lo sabe, pero sabe también que mientras una persona pasa horas y horas recorriendo los corredores, los impulsos se vuelven más sensibles y el gatillo de la compra comienza a deslizarse con mayor rapidez. Las necesidades inventadas brillan con otra fuerza. El frenesí de la compra se vuelve casi incontenible, allí están los cajeros y los créditos y los plazos y las tarjetas y los cheques. El camino de nuestros impulsos parece una autopista deliciosa que nos invita a pisar el acelerador aún más. Nos pensamos responsables y sensatos porque ahorramos en los pitillos que desde un principio no necesitábamos. Detrás de mí había una señora con su convoy de carros de mercado, revisando la lista de compras: “¿Encontró todo?” le pregunté. “Claro, aquí uno siempre encuentra todo y más”.

 

Una retrospectiva ecológica de mi boda ¡Me casaré en Jeans y comeremos hamburguesas! (Primera parte)

Una retrospectiva ecológica de mi boda
¡Me casaré en Jeans y comeremos hamburguesas! (Primera parte)

¡Me casaré en jeans y comeremos hamburguesas! esa fue la respuesta con tono sarcástico que le día a mi hermano cuando me preguntó por los preparativos de la boda un mes antes de la ceremonia; me miró perplejo y me dijo: Dayana, es el día de tu matrimonio, a lo cual siguió un largo silencio.

A pesar de que yo no era una veinteañera anhelaba por lo menos una celebración bonita y simple. No quería que fuera ostentosa, tampoco que fuera parca, quería encontrar un lugar acogedor y, en especial, auténtico, en donde pudiéramos compartir ese momento con mis seres más queridos. No obstante también reflexionaba sobre un tema que no es irrelevante para mí, el medio ambiente. Sé que resulta inusual pensar en esto cuando se habla del matrimonio, la mayoría se dedica a pensar en la lista de invitados y en las decoraciones, pero una de mis tareas y de los propósitos de este blog es considerar que nuestra responsabilidad y nuestra reflexión sobre el medio ambiente no toma días festivos, debe convertirse en una parte de nuestra vida y de nuestros hábitos.  Con todo, no es sencillo.

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Laguna de la Leyenda del Dorado

Había pensado e investigado varias posibilidades: desde unas muy locas, como una boda hippie en la laguna del Dorado o un ceremonia indígena con chamán incluido, hasta una recepción en Bogotá con sándwiches en el  bus Inglés que se encuentra en el parque del Chicó o en el Jardín Botánico o, por qué no, alquilar una pequeña casa de campo en la hermosa Villa de Leyva en el departamento de Boyacá. Mi imaginación volaba de un lugar a otro: a veces estaba tomando de las manos a mi prometido en la cima de una montaña (era una mañana despejada, de cielo intenso y azul); a menudo era un pic-nic,  donde todos los invitados morían de risa en medio de la lluvia más estruendosa, (era una tarde fría y nadie había traído abrigo); estábamos en el bus inglés, con un día tranquilo y soleado, pero algunos de los invitados sencillamente no cupieron: el bus era minúsculo; ellos, gigantes.

Hotel Casona San Nicolás
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Creatividad no me faltaba, pero las gestiones no se concretaban, tanto la administración de la Laguna de Guatavita como la del  Jardín me dijeron que no. Escalar la montaña tampoco se veía muy viable debido a que no todos mis invitados estarían dispuestos a  hacerlo y otros difícilmente lo lograrían. Con la idea del bus desistí al imaginar a mis dos hermanos menores, que miden cada uno dos metros, tratando de pararse en aquel estrecho lugar, y por un trámite indispensable ante una notaría  para la ceremonia civil solo podría realizar la boda en mi ciudad.

Había revisado otros sitios como casas y salones de eventos, hoteles, hasta el castillo del Mono Osorio, el cual ni siquiera sabía que existía, pero para todas esas opciones tendría que invertir en decoración: flores, lazos, listones, globos, señaladores de mesa y otras decoraciones que después de la boda terminarían en basura: eso era lo que menos quería en mi boda. En Estados Unidos se estima que una boda en promedio genera alrededor de 200 a 300 kilos de basura,  lo que casi alcanza a pesar un automóvil ecológico como el Renault Twizy. Desde luego, pareciera que esta reflexión fuera una aguafiestas, como si hubiera alguna complicidad entre el derroche y la alegría, pero la verdad es que no la hay. ¿Qué felicidad se esconde en beber y romper de inmediato la copa? Es simplemente un símbolo, que no resiste la menor pregunta.

Pero el impacto ambiental de una boda no solo se limita a  la basura, por ejemplo un solo anillo de bodas genera alrededor de 20 toneladas de residuos tóxicos, entre estos cianuro de potasio. Con lo que pesa un grano de arroz de este componente se podría matar a una persona, ahora imagínate el daño tanto ambiental como a las comunidades cercanas que una mina de esta clase puede causar. Esta es la reflexión menos romántica que se puede hacer en torno a la promesa del amor eterno, pero por qué tendríamos que darle licencia al mundo de las tarjetas, los anillos y las joyas, por qué tendríamos que hacer una excepción, justo cuando conocemos los estragos que ocasiona. ¿Es acaso por la tradición? ¿Por qué tendría que tener carta blanca la tradición? ¿Por qué no la podemos cambiar?

Otro impacto importante es la huella de carbono. En Bolivia una pareja midió la huella de carbono de su boda y la estimó en 4.5 toneladas de CO2. Para poder neutralizar esta emisión calcularon que necesitarían ocho años para mitigar el impacto, y como estrategia decidieron  aplicar prácticas ecológicas y regalarle a cada uno de sus invitados un pequeño arbolito para que lo sembraran en  sus casas[1].

Después de un largo silencio, en esa conversación con mi hermano, reconocí que necesitaba ayuda y que era importante encontrar y reservar un sitio cuanto antes. También entendí que tendría que encontrar un equilibrio entre las opciones disponibles, el ambiente, el presupuesto y las expectativas del novio y de la familia. Podríamos realizar una celebración significativa, amorosa, bonita y familiar así fuera en la sala de la casa, para eso no necesitaría invitar a todos mis  conocidos,  sería  suficiente tener a las personas más cercanas y queridas.

De todos los matrimonios a los cuales había  asistido en ese  momento recordaba uno especialmente, el cual no fue el más lujoso, ni el más costoso, lo realizaron en un bonito salón comunal de un conjunto residencial. No necesitaron fuegos artificiales para celebrar el amor, ni un camino tupido de pétalos de rosas hasta el altar; las suegras, tías y hermanas se unieron para cocinar el buffet de la boda; las damas de honor no querían opacar a la novia o hacerle zancadilla; el sacerdote, para mi sorpresa, dio el mejor discurso que yo haya escucha hasta el momento en una boda. Tuvimos conversaciones cercanas y amables incluso con las personas desconocidas. Hubo algo especial que nos contagió y no conmovió hasta las mismas lágrimas, existió lo más importante y no hubo duda al respecto: estaba en la ceremonia, en las novios, en la familia, en las maneras de tratarse unos con otros, en la forma de atendernos, de servirnos, apareció en la sonrisa de los padres, en la mirada de los invitados, en el beso de los novios. Algo tan sencillo, algo tan valioso.

 

 

[1] Boda carbono neutral

 

Cinco razones por las cuales cocinar mejorará tu vida y cómo empezar hacerlo

Cinco razones por las cuales cocinar mejorará tu vida y cómo empezar hacerlo

Aunque todos te griten que cocinar es una pérdida de tiempo y que lo único que tiene la cocina para ofrecerte son platos sucios, cosas que se queman o ahúman, existen cinco razones poderosas para que dejes la pereza y reconquistes ese lugar llamado cocina.

 

1.Para mejorar tu salud: para nadie es un misterio que la salud y la nutrición están estrechamente relacionadas, pero para poder sacarle un mayor provecho a los alimentos no solo es importante saber qué se debe comer, también es oportuno conocer cómo se cocinó, con cuáles ingredientes, en qué cantidades y qué utensilios y materiales fueron utilizados.

Pero quién se tomará el trabajo de conocer estos detalles. Esta presunta paranoia se vuelve sensatez cuando leemos las noticias y los desastres de algunos restaurantes que son cerrados por una variedad aterradora de razones: los insectos y roedores que suelen servir de vigilantes y clientes frente a la nevera y las despensas; el aceite de los fritos a quien los cocineros le tomaron tanto cariño que decidieron nunca cambiarlo; los pelos, las uñas, las costras, las heridas, los virus, los gérmenes, todos los habitantes de las manos sucias, ese olla curtida de tanto trabajar cuyo tono y aspecto ya muestra la seña del mucho uso; ese sartén de auténtico teflón desgastado; esa parilla que solamente ha sido limpiado por la escoba del piso. Pareciera que estoy exagerando, ¿o no?

2. Para mejorar tu economía: los expertos en finanzas personales dicen que por lo menos se debe ahorrar el 10% de los ingresos de forma mensual, pero para muchos es difícil lograrlo, y a pesar de esto en mi país, Colombia, las personas gastan un 7,2% de sus ingresos en restaurantes; si se practica un poco más el arte de cocinar y se acompaña con prácticas para desperdiciar menos alimentos es posible que se logre ese tan anhelado 10 %.

Desde luego quién no disfruta yendo a un buen restaurante, la carta amplia y variada, los postres que sólo conseguimos en ese lugar, la sonrisa del mesero cuando nos trae la cuenta; la experiencia todos la conocemos, pero también conocemos la otra cara de los restaurantes: también conocemos esas facturas que guardamos con puro odio, donde nos cobraron un infeliz limón y el agua de la llave, donde nos cobraron por un pan duro que nos trajeron tarde, donde estuvimos de buenas porque nos tocó el mesero malgeniado y el chef principiante, quién sabe qué hubiera pasado si fuera al contrario. Claro que conocemos esa experiencia. Llegamos a casa, con algo de amargura y un poco de indigestión. No queremos hacer cuentas, pero con lo que pagamos hubiéramos hecho el mercado.

Mr. Bean’s Holiday, Universal, click para ver información de la película

3. Para mejorar tus relaciones: cocinar puede ayudar a que tu vida social y familiar sea un poco más rica, lo cual fue mi caso. Nadie se resiste a la magia que se desprende de un fogón en el cual se cocinan algunas delicias preparadas en casa, aún queda en nuestro inconsciente la reminiscencia de aquellos tiempos lejanos en los cuales nos concentrábamos alrededor del fuego en donde sentíamos seguridad, calor y la cercanía de nuestros congéneres. La atmosfera ideal para iniciar y preservar una amistad.

En casa no estamos sujetos al delicado gusto musical de algunos restaurantes, en casa no tenemos que esperar ni hacer reservas, ni aguantarnos las filas o las mesas cerca de los baños; en casa hablamos con quien nos gusta hablar, en casa no tenemos que soportar las miradas acosadoras de quienes quieren que nos vayamos. En casa, suena extraño decirlo, estamos en casa: sí, debemos lavar los platos; sí, debemos cocinar, pero esto no es un desafío inalcanzable ni una carga que no podamos llevar, como lo han hecho ver tantos recientemente. No, es cocinar, y lo hemos hecho durante milenios. Y la cocina, lo sabemos, es uno de los pilares de las relaciones.

4.Para cultivar virtudes, valores y habilidades: en esta vida tan rápida en que falta siempre tiempo hemos perdido virtudes como la paciencia, que nos ayuda a construir relaciones sociales largas y sostenibles en el tiempo; la solidaridad, que nos permite compartir con los demás y dejar de ver el mundo a través del filtro del egoísmo, y la creatividad, que nos permite crear, recrear y soñar este mundo.

Película Julie & Julia, clik para ver trailer

5.Para dejar de ser un títere de la industria alimenticia: cuando aprendes a cocinar y decides mirar con nuevos ojos los alimentos y productos que llevas a tu casa, te cuestionas mucho acerca de las prácticas de producción, de la calidad de los productos y de los impactos sociales, ambientales y de salud que generan. Te das cuenta de las tretas publicitarias y del margen de ganancia de estas empresas, y comienzas a tomar decisiones más conscientes porque sabes lo que apoyas y dejas de ser un títere que cree ciegamente en la publicidad.

Porque eso es lo que está ocurriendo. Hemos sido educados por la publicidad en uno de los aspectos más importantes de nuestra vida. Han sido ellos y no los médicos y los científicos, quienes han impartido los modos y las maneras del comer. Son ellos los que nos han sumido en un laberinto de desinformación, son ellos los que han hecho que lo sencillo parezca complejo, ellos fueron los que sustituyeron la vieja sabiduría del alimento por una bombardeo de inútiles comerciales, siempre ofreciendo una variedad de soluciones instantáneas, que tiene como propósito alcanzar una deprimente comodidad. Nos quieren hacer pensar que hay esfuerzo inútil detrás de la palabra crear.

Película Today’s Special,click para ver tráiler

Recomendaciones para que la cocina sea tu aliada en la vida

 

  1. Inspírate: para esto te recomiendo la serie Cooked de Michael Pollan, y las siguientes películas: Under the Tuscan Sun, Chocolat, Julie & Julia, Una Pastelería en Tokio, Today’s Special, y hasta Ratatouille.

Michael Pollan, Cooked, click para ver trailer

 

  1. Edúcate: ya sea que tomes un curso de cocina, realices una cita con un amigo para que te enseñe a cocinar, compres un libro de cocina, mejor aún si es saludable, sigas a un chef por YouTube o  redes sociales, podrás encontrar la instrucción y motivación para empezar. En mi caso mis libros de cabecera son: Mis Recetas de Cocina Anti cáncer de la Doctora Odile Fernández y Regreso al Origen de Margarita Ortega, y sigo a varios chef y amantes de la cocina, como: Jamie Oliver, FullyRawKristina, Rawvana, Vai Comer O Qué, entre muchos otros.

    Mis Recetas de Cocina Anti cáncer de la Doctora Odile Fernández, click para ver web.

 

  1. Equípate: Compra algunos utensilios básicos, pero antes sigue los pasos básicos uno y dos, y especialmente investiga cuales son los mejores y más saludables materiales para usar en la cocina, dile adiós a materiales no recomendados para tu salud, como: el aluminio, el teflón, plásticos, cobre y hierro colado.

 

  1. De lo simple a lo complejo: empieza por platos simples, como: una ensalada, una sopa, y después pase a platos de mayor complejidad.

 

  1. Disfruta, comparte e inspira a otros a cocinar, las recompensas llegaran y con creces. La magia de cocinar es algo que se contagia, pronto verá a tus familiares y amigos cocinando, como lo he visto yo, y ya no solo disfrutará de tus platos, disfrutará de las creaciones de tus seres queridos.

    Mi hija cocinando